El Reparacorazones

miércoles, 19 de mayo de 2010
“¡Comer es vida! Nutrición equilibrada para el bienestar.” Así se titula el artículo que estoy leyendo. No es que me interese mucho, pero detrás del mostrador no hay mucho que hacer. Mientras leo sobre la cantidad de calorías diarias ideales a consumir para una persona con poca actividad física como yo, me doy cuenta de cómo echo de menos a Javier. Ahora podría estar hablando con él de chicas, o de alguna película, pero no está aquí; hace ya una semana que tiene una gripe bastante potente. Mañana lo voy a visitar, haber cómo se encuentra. “…y procurar no comer demasiados azúcares refinados ni triglicéridos de baja densidad, ya que su acumulación…” *¡Bah!* me digo mientras lanzo la revista hacia atrás. *Ni siquiera me gustan los dulces*. Harto de leer, pongo la silla sobre la que estoy sentado apoyada únicamente en sus dos patas traseras y dejo caer pesadamente los pies sobre el mostrador. Me coloco mi sombrero de vaquero, del que nunca me separo ni me separaré, encima de los ojos, como tantas veces había visto en los westerns, y me dispuse a dormir. *Ya me despertaré si viene alguien*. Al cabo de media hora más o menos, cuando ya estoy a punto de dormirme, suena la campana: alguien ha abierto la puerta. Me sobresalto y doy un bote en la silla, el resultado del cuál es una caída estrepitosa hacia atrás. Aturdido, me levanté a toda prisa, recogiendo mi sombrero, y dirijo la mirada a la persona que ha perpetrado mi casi sueño. Era una chica joven, que debía parecía tener entre los 16 y 20 años. Tenía el pelo castaño claro y los ojos del mismo color, y aunque algo bajita, era esbelta. Tenía los rasgos suaves y los labios delgados, la nariz algo ganchuda, y vestía elegantemente; era bastante mona. Me miraba con frialdad y con aires de superioridad. *¿Qué te trae por aquí, jovencita?* le dije imitando de nuevo a mis queridos westerns. La chica levantó una ceja y su mirada se mudó de la superioridad a una mezcla de pena y rabia contenida hacia mí. *¿A qué voy a haber venido? ¿Ha comprar pilas?*. Le fui a contestar que se equivocaba de local, pero un segundo después detecto su sarcasmo antes camuflado por el aturdimiento de la caída, que aún me duraba. *¿No eres muy joven aún?*, le pregunto más por curiosidad que por nada. *Ya soy mayor de edad, imbécil*. Ahora soy yo el que levanto las cejas por su respuesta impertinente, pero decido ignorar su actitud hostil. *¿Ruptura o despido?* *¿Y a ti que te importa?*. Más que indignada, la respuesta pareció una simple formalidad. Abandono mis esfuerzos de charlar un rato. *Lo que está claro es que está enfadada y frustrada. Vaya pasando a la sala, que en 5 minutos estaré listo*. La chica se dirige con bastante prisa a la puerta que le señalo con el dedo. Yo me acerco a la puerta perezosamente y giro el cartel para que muestre a la calle “TRABAJANDO. VUELVAN DE AQUÍ 30 MINUTOS.”, preparo el material para la operación y me lavo la cara con agua fría para quitarme el sueño de una vez por todas. Mientras preparo el material, me entretengo cantando una ranchera. Me dirijo a la sala de manipulación tranquilamente y continuando la canción. Al entrar, la chica me corta en seco con un tajante *Han sido 7 minutos.*. Suspiro profundamente. *Quítese la ropa y túmbese sobre esa mesa, por favor*. Para mi sorpresa, obedece sin rechistar. *Muy bien, haremos esto: quitaré la frustración i la ira substituyéndolas por tranquilidad y modificaré la decepción para que pase desapercibida entre la alegría*. *Me parece bien*. *Antes de todo: firme estos papeles. Son los consentimientos y la factura.* La chica repasa el escrito, asiente con la cabeza y firma. *Perfecto, vamos a empezar. Ahora voy a anestesiarla; cuando despierte, ya se podrá ir a casa*. Cojo de la caja de herramientas la jeringa y la anestesio. Se duerme en unos 10 segundos. *Está bien, ¡manos a la obra!*, digo en voz alta. Desde que se descubrió hace poco que los sentimientos se encuentran en el corazón en forma de moléculas alterables, mi trabajo es modificarlos para que la gente que pueda pagarlo se sienta mejor. En poco menos de media hora, puedes pasar de la tristeza profunda a la felicidad absoluta. Por eso me llamo Lluís, pero la gente me llama “Reparacorazones”. Es curioso que lo que antes se curaba con tiempo ahora se cura con dinero.

2 comentarios:

Bleeker dijo...

Diox, eso seria lo ultimo, ojalá que jamas inventen algo asi.

Por otro lado la historia ha estado bien.

Fosfobit dijo...

Tiempo al tiempo. Esperad a que dentro de unos cuantos años la nanorobotica y la neurología hayan avanzado los suficiente. Yo no lo veo tan descabellado.

Eso si, anti-humano lo es, y si a mi me preguntan la respuesta va a ser que eso no debe existir nunca.

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